CON SÓLO MI CORAZÓN
¡Dios!, ¡Dios!,
ya no me quedan ni lágrimas;
y ya..., de pensarlo,
se me ha estropeado todo,
éstas palabras
que querían decir amor,
que querían decir fe
como sea.
Sabrás,
¡sí!, lo que es eso
porque tú – perfectamente tú en la ventaja de ser perfecto– no tienes ni un golpe de oscuridad apenas;
porque
ni siquiera un golpe..., un golpe siquiera –reconócelo–, tienes;
porque
ni un error cualquiera te teme,
ni hoy o ni mañana o... nunca te come este vértigo
del caminar desamparado, del soñarme -más y más, a sueño mío- tanto en lo que amo,
o de lo que pasaría -para siempre en adelante-
en el instante preciso de gritar:
¿quién soy?
¡Dios!, ¡Dios!,
ya no me quedan ni lágrimas;
y ya..., de pensarlo,
se me ha estropeado todo,
éstas palabras
que querían decir amor,
que querían decir fe
como sea.
Sabrás,
¡sí!, lo que es eso
porque tú – perfectamente tú en la ventaja de ser perfecto– no tienes ni un golpe de oscuridad apenas;
porque
ni siquiera un golpe..., un golpe siquiera –reconócelo–, tienes;
porque
ni un error cualquiera te teme,
ni hoy o ni mañana o... nunca te come este vértigo
del caminar desamparado, del soñarme -más y más, a sueño mío- tanto en lo que amo,
o de lo que pasaría -para siempre en adelante-
en el instante preciso de gritar:
¿quién soy?
José Repiso Moyano